Fernando Vázquez Rigada El crimen organizado es el quinto empleador del país, según un estudio publicado en la revista Science. Emplearía a 175 mil personas, superando a Grupo Salinas, Coppel, Pemex, Bimbo u Oxxo. Sólo estarían por encima de él América Móvil, Manpower, Walmart y Femsa. Pero hay otro dato escalofriante: la tasa de reposición […]
Fernando Vázquez Rigada
El crimen organizado es el quinto empleador del país, según un estudio publicado en la revista Science. Emplearía a 175 mil personas, superando a Grupo Salinas, Coppel, Pemex, Bimbo u Oxxo. Sólo estarían por encima de él América Móvil, Manpower, Walmart y Femsa.
Pero hay otro dato escalofriante: la tasa de reposición humana de los cárteles es de al menos 350 por semana. Este número es el necesario para suplir a los muertos y detenidos.
Es decir: el crimen requiere de casi 19 mil sustitutos anuales.
La brutalidad de los datos explican porqué el sexenio que termina ha sido un estrepitoso fracaso en el tema de seguridad. Hay 160 mil ejecutados, pero 40 mil desaparecidos. ¿En dónde están? Muertos, por supuesto. El crecimiento en las desapariciones es una estafa oficial para esconder la sangría que nos ahoga y no declararlos oficialmente muertos.
Bajo la cifra se esconde un colapso humano y social. Familias rotas, comunidades desgarradas, el país convertido en una enorme fosa común.
Detener la violencia implica meterse de lleno, precisamente, a recomponer la familia.
Encender la economía para generar empleo formal y mantener la trayectoria de recuperación del salario es fundamental para cerrar la fuga de talento que se va al norte: un mexicano se va cada minuto. Deja atrás una familia que queda huérfana, dislocada.
Hay una descomposición medida, calibrada en el desgarre social de México. Es un ciclo terrible y brutal: un padre alcohólico que golpea a la madre y agrede a los hijos. La violencia nacional comienza puertas adentro de eso que llamamos hogar pero que es, más bien, un infierno. Esos hijos cargan con su frustración y la llevan a la escuela. En algún punto, buscan refugiarse en la calle y tratar de olvidar. Las pandillas se convierten en su nueva familia. Es un nodo de protección, de grupo, de amistad. Esos hijos traumatizados incuban el afán de vengarse y matar al padre abusivo. Ahí los enganchan los cárteles.
Los jóvenes se convierten, así, en carne de cañón.
El Estado y la sociedad tendrán que hacer un esfuerzo inmenso para identificar las zonas más vulnerables. Invertir en servicios municipales. Rescatar espacios públicos. Fortalecer las escuelas. Conectarlas con los hogares. Intervenir en las familias con programas anti adicción, anti bullying, anti violencia. Enseñar la cultura del respeto y la tolerancia. Ofrecer empleos para paliar la oferta de ingreso del crimen.
Los tentáculos de las organizaciones criminales se extienden ya por todo el país. La descomposición de la gobernabilidad resulta ya inocultable. Hay regiones enteras pérdidas. Chiapas. Guerrero. Michoacán. Colima. Zacatecas.
Cada vez es más vasta la geografía de la sustitución del Estado. Baste decir que 9 de las 10 ciudades más violentas del mundo están aquí.
Más allá de la inteligencia, la investigación, la formación de policías, enfrentamos el drama descrito para cerrar la hemorragia de vida que ocurre en todo el país.
El gran problema de México está en la familia.
Ahí está también su salvación.
@fvazquezrig
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