De Política Alejandro Álvarez Manilla La temporada de huracanes 2025 ya comenzó, y con ella, una serie de desafíos que México aún no ha logrado resolver del todo. Con 24 fenómenos previstos en el Pacífico y 21 en el Atlántico, el país vuelve a colocarse en el centro de un fenómeno cíclico pero cada vez […]
De Política Alejandro Álvarez Manilla
La temporada de huracanes 2025 ya comenzó, y con ella, una serie de desafíos que México aún no ha logrado resolver del todo. Con 24 fenómenos previstos en el Pacífico y 21 en el Atlántico, el país vuelve a colocarse en el centro de un fenómeno cíclico pero cada vez más impredecible. Lo ocurrido con el huracán Bárbara, que ya provocó lluvias torrenciales y oleaje peligroso en Jalisco, Colima y Michoacán, es un primer aviso de lo que está por venir.
Pero hay estados donde estos fenómenos naturales no solo son una amenaza: son una herida constante. Guerrero, por ejemplo, aún no se recupera completamente del impacto del huracán Otis en 2023, que devastó Acapulco y evidenció las carencias estructurales, sociales y logísticas del sistema de atención a desastres en el país. Ahora, ante una nueva temporada activa, muchos guerrerenses siguen viviendo en condiciones precarias, sin viviendas seguras, con drenajes dañados y servicios básicos interrumpidos.
En Guerrero, como en muchas otras entidades costeras, la vulnerabilidad no se reduce al clima. Es el resultado de décadas de abandono institucional, desigualdad social y crecimiento urbano desordenado. Barrios construidos en laderas, asentamientos en zonas de riesgo y falta de planificación urbana convierten cualquier tormenta en una amenaza letal.
Cuando hablamos de “daños materiales”, en realidad nos referimos a techos volados, caminos destruidos, cosechas arruinadas y familias desplazadas. Y cuando hablamos de “muertes por fenómenos naturales”, en realidad estamos hablando de vidas que pudieron haberse salvado si hubiera existido una prevención eficaz, educación comunitaria y gobiernos más proactivos.
La prevención debe ser la norma, no la reacción
Las autoridades han mejorado en sistemas de alerta temprana, pero la cultura de prevención aún no se ha consolidado en la mayoría de los estados. En Guerrero, por ejemplo, los protocolos muchas veces se activan cuando el daño ya es inminente, no antes. Y esto no es solo culpa del gobierno: también hay una deuda en educación civil, en generar conciencia en comunidades que viven en constante riesgo, pero sin información adecuada.
El cambio climático agrava la situación. Huracanes más intensos, lluvias más abundantes, mares más cálidos: todo esto crea condiciones para desastres más frecuentes y destructivos. Pero en México, la crisis climática sigue sin ser una prioridad política real.
Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Veracruz y otros estados del sur no pueden seguir siendo la “zona de sacrificio” cada temporada de huracanes. Deben ser el punto de partida de una nueva política nacional de protección civil y adaptación climática, que incluya desde infraestructura resiliente hasta inversión social y reordenamiento territorial.
Como ciudadanía, también tenemos deberes: informarnos, participar en simulacros, cuidar el entorno, atender las indicaciones oficiales. En zonas como Guerrero, donde la memoria del desastre está tan presente, no puede haber espacio para la indiferencia.
Si cada año enfrentamos la temporada de huracanes como si fuera una sorpresa, entonces no estamos aprendiendo. México, y especialmente estados como Guerrero, no pueden permitirse improvisar ante la emergencia. Se necesitan políticas firmes, recursos suficientes y voluntad de cambio.
Porque los huracanes seguirán llegando. Lo que no debe seguir llegando con ellos es la tragedia evitable.
Los comentarios están cerrados