Fernando Vázquez Rigada “La gente es estúpida. No sabe. No tiene capacidad de análisis.” Esa es la premisa que banaliza la política. A partir de ella se generan iconos: unos moños. Una cara bonita. Un lenguaje bronco. Se envuelve en un estereotipo: joven, da igual si es emprendedor, bravucón o Barbie. Se confecciona un slogan: […]
Fernando Vázquez Rigada
“La gente es estúpida. No sabe. No tiene capacidad de análisis.” Esa es la premisa que banaliza la política.
A partir de ella se generan iconos: unos moños. Una cara bonita. Un lenguaje bronco.
Se envuelve en un estereotipo: joven, da igual si es emprendedor, bravucón o Barbie.
Se confecciona un slogan: “la nueva política”.
Así, como Napoleón que se corona a sí mismo en Notre Dame, se auto declara representantes de todas y todos. “Se metieron con la generación equivocada”
Son los esquiroles. La frescura vacía y frívola. La moda febril y pasajera.
Como si el país no estuviera viviendo una crisis profunda y peligrosa —en sus valores, en su convivencia, en su gobernanza— un grupito de juniors manipulados por lo peor del viejo sistema apuesta a la política de la banalidad.
Los une algo: la avaricia.
La sed de poder y de dinero es el pegamento de este cascarón que termina siendo no sólo vacío sino revelador.
Si esta va a ser la nueva política, estamos perdidos.
El experimento fracasará. Lo hará porque su premisa de origen es falsa. No, la gente sí piensa, sabe, sufre.
La solución a nuestros problemas no son unos tenis fosforitos.
El consuelo a la aflicción social no reside en un moño.
La descomposición nacional merece más que un destape con tequila y chelas.
Crecer en votos es más difícil que ponerse un sombrero y jugar a ser a Batman o revivir a un personaje soplando un flautín.
El distanciamiento social que nos está fracturando no se soluciona en un palco —atalaya inalcanzable para el resto—chupando, insultando y grabándose en un celular que cuesta más que lo que ganan 80 millones de mexicanos.
Quienes nos oponemos a la banalización de la política no nos metemos con la generación equivocada: ellos se equivocaron de país y de generación.
Son corruptos caducos disfrazados de jóvenes.
El experimento se pudrió pronto: no aguantó la prueba del escrutinio y la transparencia. Si el costo de mi actuación es que revisen mis cuentas, ahí muere.
La nueva política nomina hijos, parientes, actores, pirruris, delincuentes confesos.
El sustituto designado ha resultado ser un imitador. Un personaje ficticio, malinterpretado, sometido a los dictados del marketing. Por eso, cuando aborta la intentona de fracturar el voto opositor, sólo hay bandazos, errores, ridículos.
Y un político puede permitirse muchas cosas, menos el ridículo.
La elección del 2 de junio es tan seria, que definirá nuestra forma de vivir por las próximas tres décadas.
Así de serio es este drama, por lo que los bufones ni tienen cabida ni causan risa.
Hay sólo dos sopas. La contienda es de dos.
Votar por bufones es, en realidad, votar por sus dueños: los que quieren imponer una dictadura de partido en México.
Si la elección sigue polarizándose en dos, si el régimen sigue crujiendo por el peso de sus escándalos de corrupción y ligas con el crimen, la tendencia se irá cerrando y se aproximará la probabilidad de triunfo.
Si sigue así, el 2 de junio expulsaremos a los aprendices de dictador…y a sus bufones.
@fvazquezrig
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