Fernando Vázquez Rigada El 8 de julio, se cumplieron 48 años del golpe gubernamental contra Excélsior. Ese fue el acto que marcó una última ofensiva —feroz, desesperada, delirante— contra quienes Luis Echeverría pensaba sus enemigos. Excélsior era entonces el medio más influyente, el más profesional, el más libre y, por tanto, también el más crítico […]
Fernando Vázquez Rigada
El 8 de julio, se cumplieron 48 años del golpe gubernamental contra Excélsior. Ese fue el acto que marcó una última ofensiva —feroz, desesperada, delirante— contra quienes Luis Echeverría pensaba sus enemigos.
Excélsior era entonces el medio más influyente, el más profesional, el más libre y, por tanto, también el más crítico del gobierno.
Su director, Julio Scherer, había reunido a un grupo talentosísimo de mexicanos que escribían en sus páginas: Vicente Leñero, Ricardo Garibay, Octavio Paz, Daniel Cosío Villegas, Miguel Ángel Granados Chapa, Gastón García Cantú, Jorge Ibargüengoitia entre muchos otros.
Excélsior era una cooperativa que había elegido a Scherer como su director en la década de los sesenta. Ahí fue el único diario que dio una cobertura fuera de la línea oficial de la masacre de Tlatelolco. También del halconazo de 1971.
La relación con el gobierno se fue deteriorando. Llegaron las advertencias. Luego las amenazas. Finalmente se puso en marcha el zarpazo. La cooperativa era dueña de terrenos en Taxqueña en la capital. Fueron invadidos. Nada hizo el gobierno. Pero eso generó una enorme división en la cooperativa: el gobierno aplastaba su patrimonio por la línea crítica del director.
Se gestó —desde el gobierno—un movimiento interno que usó de ariete a un directivo, Regino Díaz Redondo, para dar un cuartelazo. Acusaron fraudes en la empresa. Exacerbaron los ánimos. Finalmente, en una asamblea extraordinaria violenta y apoyada por grupos de golpeadores, expulsaron al grupo directivo.
Ahí murió el diario cuyo prestigio se esfumó.
De esa ruptura surgieron el semanario Proceso, el diario Uno Más Uno, y después La Jornada.
Hoy vale la pena recordar las palabras de Granados Chapa en un acto de recaudación de fondos para la fundación de esa revista. Dijo:
“La libertad de expresión deja de ser privilegio de unos pocos cuando estos pocos entienden su compromiso con los que carecen de ese privilegio y están privados de todo lo demás”.
Tenía razón. La libertad de expresión es para todos o no es de nadie. Si el Estado decide quién habla y quién no, la historia cotidiana deja de ser mirador y se vuelve un espejo. La crítica incomoda, pero hace reflexionar.
Por eso Oloff Palme, un estadista de talla mundial, recomendaba a los políticos no leer la síntesis —hecha a modo para agradar— sino directamente los diarios. Escuchar al adversario a veces ilumina.
Proceso surgió en noviembre de 1976: en el último mes de gobierno de Echeverría: un simbolismo irrevocable. O salía con él en el poder, o toda crítica sería a toro pasado. Se logró por hombres generosos, el más importante, José Pagés Llergo, quien les prestó sin plazo oficinas. Pero antes del primer ejemplar vino el acoso: la negativa de papel, las disculpas de los impresores para tirar la revista. Amenazas directas del secretario de Patrimonio Nacional, Francisco Javier Alejo:
—Atacar al presidente con una revista es atacar al Estado, a la seguridad nacional. La desaparición de 15 personas en nada afectaría la estabilidad del país.
Días después el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, remachó: “Imagínate la venganza de los hijos de Echeverría contra tus hijos”.
La decisión se mantuvo. Salimos en noviembre de 1976. Con Echeverría en el poder. Dijo Ricardo Garibay:
—No sé si somos muy estúpidos o muy valientes.
Ya fuera de la presidencia, Echeverría recibió a una comisión de Proceso en el Centro de Estudios del Tercer Mundo. Les reclamó: había ayudado y hasta sido generoso con Excélsior y nunca recibió reciprocidad. Les proporcionó publicidad del Estado cuando el sector privado se las retiró (impulsado el boicot por él, por cierto).
¿Tenía razón Echeverría en su reproche? Quizá. Tendió puentes y ayuda en momentos críticos, y acaso eso valía la esperanza de cierta moderación, al menos con él.
¿Tenía razón en el golpe? Jamás. Nunca se degüella a un medio: se degüella un derecho de la sociedad.
Los momentos más oscuros de las naciones es cuando se apagan las luces que el poder desea extinguir.
Fue Scherer quien resumió a la perfección la presidencia de Echeverría:
—Empezó queriendo ser Lázaro Cárdenas y terminó como Miguel Alemán.
Así.
@fvazquezrig
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