Fernando Vázquez Rigada En ocasiones, las sociedades deben elegir entre el mal menor. Las democráticas, quiero decir. A las otras el mal se les impone a chaleco. El proceso democrático ha devenido en tantos lugares en procesos de subasta y en gobiernos mediocres, que la degradación del sistema amenaza su subsistencia. Eso explica, en parte, […]
Fernando Vázquez Rigada
En ocasiones, las sociedades deben elegir entre el mal menor. Las democráticas, quiero decir. A las otras el mal se les impone a chaleco.
El proceso democrático ha devenido en tantos lugares en procesos de subasta y en gobiernos mediocres, que la degradación del sistema amenaza su subsistencia.
Eso explica, en parte, el surgimiento de los populismos y el renacimiento de los autoritarismos.
El dilema de la sociedad norteamericana para el próximo noviembre, cuando definan a su nuevo ejecutivo federal, es ese: elegir entre el mal menor.
Por un lado, se postula el presidente en funciones. Joe Biden posee una de las aprobaciones más endebles de la historia para un presidente en su primer periodo. Sus logros no han sido menores: controló y derrotó a una pandemia desbocada por la incompetencia de Trump; ha generado un dilatado proceso de expansión económica y generación de empleo que ahuyentó las certezas de una recesión; ha logrado contener la invasión rusa a Ucrania, con sanciones y, más importante, con el tejido de una gran coalición internacional, lo que habla de la recuperación del prestigio perdido con Trump.
Pero al presidente le pesa una salida precipitada de Afganistán. Le pesa, y mucho, la inflación: una que tiene que ver, en parte, por las inyecciones de dinero que metió a la economía para superar el drama social del COVID. La inflación pega en muchos lados: en el estómago, en el bolsillo y en la dignidad. Y a Biden le pesa la edad. Sería —otra vez, ya lo fue hace cuatro años— el presidente más viejo de la historia. Ha tenido episodios de desorientación. ¿Podrá gobernar?
Del otro lado está Trump. Es sólo 3 años menor que Biden. Tiene 78. También ha tenido tropiezos mentales: episodios de divagación que cuestionan su lucidez. Físicamente se ve robusto, moralmente, no. Trump está acusado de más de 7 decenas de delitos. Está indiciado. Los señalamientos van desde mentir e incitar a la violencia hasta contratar actrices porno para su satisfacción sexual. ¿Podrá gobernar?
Las encuestas muestran un virtual empate a la fecha. Vendrá, esta semana, el primer debate entre ambos. Ahí se verá qué tan disminuido mentalmente está Biden y que tan lastimado en su percepción de integridad está Trump.
Los donantes, que también votan, se han volcado por Trump.
La principal democracia del mundo está siendo forzada a elegir entre el menor de dos males. Comienza a entrar en el túnel que ha engullido a varias democracias antes: Ninguno es bueno, pero es lo que hay.
Pues, sí. Es lo que hay.
La decisión estratégica de ambas campañas vendrá en julio y agosto: cuando en las convenciones de cada partido, los candidatos elijan a su compañero de fórmula. El vicepresidente, quizá por primera vez en la historia de Estados Unidos, jugará un rol central y tendrá, por tanto, un escrutinio mayúsculo.
Se verá, también, la solidez del esqueleto institucional del sistema político norteamericano.
La historia, nos recuerdan Post y Robbins en “Cuando la enfermedad golpea al líder”, nos enseña que cuando el que manda enferma, hay una burbuja de colaboradores que toman el mando y gobiernan.
Sucedió con Franco y Tito, que padecieron largas y penosas agonías. Pero ocurre no sólo en dictaduras. John F. Kennedy padeció periodos de dolor que lo inhabilitaban. También Adolfo López Mateos. Trump, sin estar enfermo, fue contenido, sobre todo en el tramo final de su mandato, por un grupo de colaboradores que, de hecho, se le enfrentaron. No fueron menores: incluyeron al secretario de Estado, al de la Defensa, al Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas y al vicepresidente Pence.
El dilema que resolverá la sociedad estadounidense no es menor.
Es la gran superpotencia militar y económica del mundo. Es la más robusta democracia. La nación más multicultural.
Su derrumbe llevaría consigo muchas cosas que hemos dadas por sentadas.
Si los votantes se equivocan en resolver el mal menor, para ellos, y nosotros, será un mal muy, muy mayor.
@fvazquezrig
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