Miscelánea, salud y política por Judith Álamo López A punto de hacer un recuento de los daños recordé al hombre cincuentón, no de malos bigotes, que manejaba un Cadillac rosa, quien apostado a un costado del hotel Habana Libre, en Cuba, nos llevaría a hacer un recorrido por La Habana Vieja, apenas nos reconoció -a […]
Miscelánea, salud y política por Judith Álamo López
A punto de hacer un recuento de los daños recordé al hombre cincuentón, no de malos bigotes, que manejaba un Cadillac rosa, quien apostado a un costado del hotel Habana Libre, en Cuba, nos llevaría a hacer un recorrido por La Habana Vieja, apenas nos reconoció -a mi hermana Betty y a mi- dijo con voz fuerte: permiso señoras, yo les abro. Agradecí su amabilidad, pero él ajeno a la lisonja, contestó: si cierran fuerte me dejan sin mi herramienta de trabajo.
Vaya, no era por atención esmerada sino por supervivencia. Corría el mes de julio de 2018, ya era candidato virtualmente electo López Obrador, para romper la profusa explicación que nos dio sobre la dificultad para obtener refacciones del clásico automóvil de los años cincuenta, y poder seguir gozando de empleo, se me ocurrió preguntarle si para ser conductor debían cubrir algún requisito, por ejemplo, de escolaridad.
El rostro enigmático del hombre acompañó un: usted dirá, soy ingeniero aeroespacial… Mi respuesta fue inmediata ¿Cómo, y alguna vez ha ejercido? ¿Dónde? respondió, son muy pocas las plazas laborales existentes en los institutos y observatorios de la isla, por eso para desarrollar investigación científica mis condiscípulos han tenido que emigrar legal o ilegalmente, reconoció.
Para comenzar el recorrido en la histórica Habana Vieja quisimos almorzar en la Bodeguita del Medio, el restaurante emblemático, famoso por ser el favorito del escritor Hemingway, pero todos los autobuses de turismo coincidieron en pensar lo mismo, al final de la larga fila de turistas nos acomodábamos frente a uno de los ruinosos balcones cuando dos guapas jóvenes nos pidieron permiso para salir, cargaban cubos forrados de madera, irían por agua para surtir sus hogares.
Pasaron varios minutos para que regresaran. Una de ellas aprovechó para ofrecerse a llevarnos a comer en un Paladar –hogares cubanos que ofrecen comida típica– o visitar por la noche alguno de los bares cantantes de los lugareños. Nos negamos con amabilidad, prevenidas de los posibles riesgos de incursionar en actividades fuera de itinerario: podrían aplicarnos precios muy elevados o hacernos cometer algún delito con pena hasta de cárcel por compra de ron, tabaco o café en tiendas no autorizadas.
Obsesionada con la escolaridad de los cubanos, pregunté a las chicas si habían estudiado, claro, dijeron, una era egresada de Artes Escénicas del ISA y otra licenciada en Derecho de la Universidad de La Habana. Ellas se turnaron para meter los cubos llenos de agua por el estrecho balcón y, finalmente, pedirnos una propina.
Desanimadas por el lento avance de la fila, luego de ver en las paredes de acceso muchos graffitis de los visitantes extranjeros, escuchar la música bullanguera, nos dimos por bien servidas, y decidimos caminar rumbo a la Bahía, por ahí encontramos el restaurante bar Mojito Mojito, bonito y caro con alimentos y bebidas de calidad, con precios para extranjeros. Salimos a buscar al chofer quien obsesivo, con un viejo paliacate tallaba el metal de su sexagenario automóvil para abrillantarlo.
Le pregunté con impertinencia obsesiva cómo era vivir en un país con tantas dificultades para ejercer como profesional, conservar el empleo, acceder a Internet, disponer de vehículos modernos, etcétera y él me contestó: solo conozco Cuba, desde que recuerdo hemos tenido dificultades, pero aquí nadie se muere de hambre. Dubitativo, dijo como sentencia: “Creo que pronto lo sabrán en México ¿qué no ganó el socialista López Obrador?”
Hace seis años dudé de la capacidad intelectual de aquél chofer cuyo nombre no recuerdo, pero con capacidad superior a muchos de los analistas políticos que nunca previeron lo que se avecinaba con la llegada al poder de un caudillo mesiánico, como suelen ser muchos de los dirigentes populistas que irrumpieron en el escenario mundial. ¿Quién se iba a imaginar lo que hoy acontece en México? Me sumo a quiénes dicen: Estábamos mal, pero hoy estamos peor.
En el largo recuento de los daños que muchos analistas han dedicado al cierre del gobierno de López Obrador, destacan las reformas constitucionales aprobadas con la celeridad de quien usó el triunfo de la primera presidenta electa del país para mantener su popularidad y asegurar su trascendencia, vaya egoísmo acorde con su personalidad narcisista.
En lugar de respetar tiempos y espacios políticos, así como la oportunidad de que la nueva mandataria decidiera, en lo posible, el rumbo de la nación, se apresuró a usar sus fichas para controlar el tablero, sin dejar de lado que el “austero” gobierno fue tan dispendioso con el gasto, la deuda externa y compromisos a futuro que, junto con la escasa productividad, le dejó al país enfilado a la recesión.
El Mesías Tropical, consistente con la decisión tomada desde 2021, siguió incidiendo en el proceso electoral hasta imponer una mayoría calificada en el Congreso –legítimamente cuestionada–, y usar la mayoría de gubernaturas morenistas, para aprobar reformas constitucionales de gran calado a la velocidad del rayo de Macuspana, mismas qué, de no proceder algún recurso legal en contra, consolidarán un cambio de régimen en el país.
¿Será que ya es cosa juzgada? qué para consumar una venganza personal contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación por rechazarle iniciativas anticonstitucionales desaparezca el Poder Judicial de la Federación mediante una ininteligible elección “del pueblo” de jueces, magistrados y ministros, con la que se suplanten juzgadores autónomos, profesionales y legales por simpatizantes del nuevo régimen morenista hegemónico.
¿Tampoco podrá revertirse haber hecho constitucional la incorporación definitiva de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional? Haciendo caso omiso de la ONU, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tratados, convenios que estamos obligados a cumplir, por ser asociados, que recomiendan mandos civiles para combatir con efectividad el crimen organizado sin menoscabo a los derechos humanos de las víctimas.
Sólo AMLO niega hoy lo que todos saben y él mismo sostenía antes de ocupar el cargo de presidente de la República: los militares están impedidos para garantizar la seguridad pública ciudadana porque están preparados para defender la soberanía nacional, en tiempos de guerra, matando al enemigo. En tiempos de paz ellos deben mantenerse en los cuarteles.
México está sin ley mientras no se acaten los recursos jurídicos emitidos por jueces en contra de la aprobación de leyes que incumplen las normas del debido proceso, ya veremos si realmente la República democrática, el pueblo de México queda inerte ante la mayoría sustentada en 35.5 millones de votos a favor de Morena y aliados. ¿Qué hay de los otros 63 millones de ciudadanos con derecho al voto, más los 26 millones de ciudadanos menores de edad, quién los protegerá de abusos de poder si no hay Constitución ni Estado para defender los derechos de todos?
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