De Política Alejandro Álvarez Manilla En los últimos años, los corridos tumbados se han convertido en un fenómeno musical sin precedentes en México. Esta fusión de corrido tradicional con elementos del trap, el hip-hop y la vida urbana ha capturado la atención de millones de jóvenes. Artistas como Natanael Cano, Peso Pluma y Junior H […]
De Política Alejandro Álvarez Manilla
En los últimos años, los corridos tumbados se han convertido en un fenómeno musical sin precedentes en México. Esta fusión de corrido tradicional con elementos del trap, el hip-hop y la vida urbana ha capturado la atención de millones de jóvenes. Artistas como Natanael Cano, Peso Pluma y Junior H han puesto en alto este subgénero que, para muchos, representa una voz auténtica de las nuevas generaciones.
Sin embargo, su creciente popularidad ha venido acompañada de polémica. En estados como Sinaloa y Chihuahua, algunas autoridades han comenzado a prohibir conciertos y restringir este tipo de música, argumentando que hace apología del crimen organizado, promueve la violencia y normaliza conductas delictivas. La pregunta es inevitable: ¿estamos frente a una medida necesaria o a un acto de censura disfrazado?
Es innegable que muchos corridos tumbados incluyen letras explícitas que narran la vida del narcotráfico, el uso de armas, el dinero fácil y el exceso. Pero también es cierto que no son los únicos géneros que lo hacen. El reguetón, el rap, e incluso algunos géneros tradicionales han abordado temas similares desde hace décadas. La música, al final del día, es un reflejo de la realidad que vivimos, y muchas veces funciona como un desahogo o una crónica de lo que ocurre en las calles.
Prohibir una expresión artística no elimina el problema social que la inspira. Al contrario, puede profundizar la desconexión entre los jóvenes y las instituciones que deberían protegerlos y escucharlos. Si un adolescente encuentra en un corrido tumbado algo con lo que se identifica, lo peor que podemos hacer es criminalizar su gusto musical.
Más útil sería promover el análisis crítico, abrir espacios de diálogo, e invertir en educación y cultura. Es ahí donde realmente se siembra la transformación. Si el mensaje de los corridos incomoda, tal vez es porque refleja realidades que preferimos ignorar. ¿Y no es esa, precisamente, una de las funciones del arte?
En vez de apagar las bocinas, deberíamos preguntarnos: ¿qué nos están queriendo decir los jóvenes a través de esta música? Porque tal vez, si los escucháramos, podríamos empezar a componer una mejor versión de nuestro país.
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